Hay momentos en los que nos encontramos agobiados, los ruidos de nuestro alrededor son cada vez más fuertes, nos duele la cabeza y no tenemos ganas nada más de que abrir la ventana para tomar el aire... Y es en ese momento cuando evadiéndonos de todos los ruidos que nos molestan y nos rodean empezamos a escuchar el relajante sonido de los pájaros piando, el viento acaricia nuestra cara, y se escucha pasar a los coches pero su ruido no molesta, es débil, es entonces en ese momento, cuando nos olvidamos de que hemos tenido un mal día, nuestro dolor de cabeza desaparece, nuestras preocupaciones ya no son tan pesadas ni nuestro agobio tampoco es tan grande. Al principio escuchando esos naturales y relajantes ruidos apoyados en la ventana nuestra mente se queda en blanco, solamente disfrutamos del sonido, lo sentimos, lo interiorizamos... Pero al cabo de un tiempo empezamos a imaginar cosas bonitas, como que nos gustaría hacer, por ejemplo, nos gustaría estar paseando descalzos por la playa con los pies hundiéndose en la arena y con el único ruido de las olas del mar. Y es entonces en ese momento cuando estamos tan relajados que se nos para el tiempo y sólo sentimos felicidad, es soledad, pero soledad con el significado de mirar dentro de nosotros mismos... Dándonos cuenta de que sólo necesitábamos estar solos, mirar por la ventana, mirar el paisaje y escuchar el maravilloso y relajante ruido que nos envuelve y rodea.
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Sara Muñoz Muñoz, 1º Bachillerato B.
Isabel Perillán y Quirós.
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