Última llamada para el vuelo 3-3-4-2-A-I, con destino a Londres
Aún no es mi vuelo, pero podría haberlo sido. Ya no me acordaba de la sensación de ir en un avión, y la verdad es que lo echaba de menos. A pesar del sudor en las manos y las enormes ganas de vomitar, seguiré amando los aeropuertos. Y pensar que en unos minutos estaré haciendo algo que en otros tiempos se creía imposible... Poco a poco las personas se irán haciendo más pequeñas, luego las casas y, al final, solo veré nubes y alguna mancha. Yo admiro a las personas que saben cómo funciona un avión. De hecho, me lo han intentado explicar alguna vez, pero es demasiado complicado como para entenderlo. Esto me fascina y hace que ame los aviones y los aeropuertos, pero pronto me doy cuenta de que no es así para todos. La primera en la que me fijo es una niña, de más o menos 13 años, acompañada de un Chaqueta Roja. Se está mordiendo las uñas y mueve el pie constantemente. Se le nota nerviosa y me recuerda a mí hace unos cuantos años. Después, al girar la cabeza hacia la izquierda veo a una familia formada por un padre, una madre y tres hijos. La madre está llorando y los hijos preocupados. De repente, la alegría que yo sentía se desvanece. No dejo de observarles hasta que oigo unos gritos por la lejanía. Voy girando la cabeza hasta que me topo con dos hombres, de treinta años más o menos. Uno tiene una cara aterrada y el otro está consolándole. En la misma dirección veo desde donde provenían los gritos. Debían ser de alegría porque la pareja parece tener el mismo entusiasmo que yo de estar aquí.
Embarquen los pasajeros del vuelo 5-5-8-9-E-L con destino a París
De repente sonrío. Al levantarme siento la alegría que solo puedo tener en un aeropuerto.
Carla Garrastachu González
Colegio Helios
2ºESO
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