¡No puede ser! ¿Ya son las 4? Pufff... otra vez llego tarde... y ya estoy viendo su cara, con ese entrecejo que parece encresparse cuando se enfada. De hecho, estoy escuchando su voz en mi cabeza diciendome: "No tienes remedio, Rubia".
¡Pues no! No lo tengo ni quiero tenerlo... pero el caso es que me hace gracia. Somos uña y carne desde que nos conocemos, hace ya casi 20 años. Lo recuerdo como si fuera ayer... De hecho, no nos conocimos muy lejos de aquí. Bueno, un poco, en realidad nos conocimos en el colegio. Ella llegó tarde a clase, cuando ya llevábamos varios meses de curso. Ella y sus padres se acababan de mudar a la ciudad y la chica estaba un poco perdida. Realmente perdida, diría yo, ya que ese primer día de clase, cuando me iba a casa, me la encontré sentada en un pollete, a un par de calles del colegio. Recuerdo perfectamente su cara...llorosa, con rabia contenida, con miedo...todo a la vez. Me acerqué a ella y me presenté:
- Hola, tu eres la chica nueva de mi clase, ¿no? Me llamo Irene.- Y le tendí la mano.
- Em...hola...em...si... -balbuceó- Yo me llamo Marta.
- Hola Marta. ¿Esperas a alguien?
- Ehhh...si...no... en realidad no. Se supone que ya tendría que estar en mi casa, pero...pfff...no encuentro mi calle... - Y sobre su frente aparecieron unas líneas que marcaban lo contrariada que estaba.
- ¿Dónde vives? Puedo acompañarte, si quieres, hasta que te suene por dónde vas andando.
- Pues me harías un favor, mi madre debe estar ya histérica. Vivo en la calle Manterola, ¿te suena?
- Si, uno de mis mejores amigos también vive en esa calle. En realidad queda bastante cerca de aquí. Vamos. - Ambas comenzamos a andar.
Marta me estuvo contando por qué habían acabado mudándose a Tomelloso. Me habló de su familia, que tenía una hermana mayor que se llamaba Carolina, pero que no le caía bien por que siempre le hacía de rabiar. Yo le dije que la entendía perfectamente, era la pequeña de tres hermanos, todos chicos, que se pasaban la vida chinchándome y haciéndose los listos... Entre risas, llegamos a su casa, y si, efectivamente su madre estaba histérica...me dieron las gracias por acompañar a
Marta y nos despedimos hasta el día siguiente que nos veríamos en el cole. Y ahí empezó nuestra amistad...
Ya la veo...está esperándome en la puerta de su casa...y si, tiene el entrecejo fruncido...
- Llegas tarde, Rubia. No tienes remedio.- Me gruñó.
- Ni lo quiero. Tú tampoco lo tienes...siempre serás la misma llorona.
Nos miramos y nos echamos a reir. El resto de nosotras aún no había llegado. Y yo respiré tranquila.
Irene García Toribio. 1º Bachillerato Distancia. TIC. I.E.S Isabel Perillán y Quirós.
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