viernes, 15 de marzo de 2013

La lluvia, diamantes líquidos.

Carmen Mª Nuevo Viñas
Llegaba al pueblo. Sentada en el asiento trasero del coche de mis padres veía caer las gotas de lluvia contra el cristal. No escuchaba el ruido que hacían, yo estaba absorta observando ese paisaje que adoro y escuchando mi música. Siempre lo hago, en el coche música, en el autobús música, en la mañana música, en la tarde música, en la noche música...  podría decirse que los trayectos en automóvil son la parte que más adoro del día, me dan libertad para soñar despierta mientras por mis oídos entran historias increíbles que relato en mi mente. Sumando eso al paisaje de la lluvia que tanto amo esos momentos sentada, absorta en mis pensamientos, eran perfectos. Tal era mi distracción que cuando el coche paró y todos bajaron deprisa para entrar a refugiarse en casa yo no me dí cuenta. Seguí mirando las gotas caer y cuando por fin me percaté de mi soledad en aquel auto abrí la puerta y miré un poco más. Al final decidí bajarme y cerrar la puerta a mis espaldas, pero no para entrar en casa con el resto de la familia, me alejé del coche y miré hacia el cielo, la lluvia se veía realmente preciosa observada desde mi ponto de vista. Dejé caer los auriculares que taponaban mis sentidos de mis orejas y así conseguí sentirla plenamente. Guardé mis gafas en la pequeña mochila que siempre llevo a modo de bolso siempre cuando me dirijo a Villagatón con el fin de que no se mojasen más de lo que ya estaban, y aunque no consigo enfocar bien sin ellas sobre mi nariz seguía viéndose hermoso aquel paisaje que inundaba todos mis pensamientos en aquel momento. La visión de las gotas cayendo desde un infinito lejano a mi, el sonido de los pequeños diamantes líquidos contra el suelo, el olor a tierra mojada, el tacto del agua al caer sobre mi piel, el sabor de las lagrimas de las nubes al rozar mis labios secos; todo mi cuerpo captaba señales de comodidad al encontrarse bajo aquel festival de sensaciones. Por algún motivo quise recordarlo y no se me ocurrió mejor idea que ponerme a cubierto para evitar que mi ropa se empapase completamente y grabarlo. Volviendo a colocar mis gafas en su posición habitual empecé a rebuscar en aquel desastre de objetos que aguardaba mi mochila hasta encontrar uno de los cascos que hacía momentos aún llevaba en mis orejas para tirar de él y sacar por fin mi móvil. Activé la grabadora y sentada en el suelo seguía observando como, con tanta delicadeza, la lluvia regaba todo lo que había bajo sus pies. Poco después, escuchando las llamadas de mi madre salí de mi fantasía mojada para volver a la realidad y entrar en casa con los recuerdos duraderos de las breves momentos que disfruté en silencio tan solo observando un paisaje aburrido desde el punto de vista de otros pero hermoso desde el mío.





Ver El sonido que habito en un mapa más grande



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