Al parecer fue en Nápoles a mediados del siglo XVI y tras una serie de catastróficas desdichas (peste, malas cosechas, guerras, dominación española, etc) cuando, acuciados por la gran cantidad de niñas y niños huérfanos, las autoridades de la ciudad decidieron acogerlos en una serie de Ospedales (Hospicios u hospitales) que se construyeron para la ocasión, y en los cuales se les proporcionaría albergue, comida y las enseñanzas básicas, entre ellas algunos rudimentos musicales para dotar de voces a los coros eclesiásticos. Los cuatro más importantes son el de la Pietà dei Turchini; de los Poveri di Gesú Cristo; de Sant’ Onofrio, y de Santa Maria di Loreto.
Llegado el siglo XVII la necesidad de instrumentistas y cantantes para las numerosas capillas musicales, coros y orquestas de teatros de ópera que surgen en toda Italia hace que estos establecimientos se especialicen en los estudios musicales, de los cuales salen músicos de tal calidad que marcarán el modelo para otras ciudades, como Venecia, Roma, etc.Con el tiempo y dado que la finalidad de estos ospedales era la de conservar las grandes tradiciones musicales italianas, fueron llamados conservatorios.
Al principio se mantenían gracias a la caridad y los alumnos debían contribuir a su sostenimiento pidiendo limosnas por las calles o cantando en misas, procesiones, servicios funerarios, etc.
A veces algún mecenas particular contribuía con dinero o dejando sus bienes en herencia.
Con el correr del tiempo y ya logrado el prestigio de estos conservatorios, había dos grupos de alumnos: los alumnos pagos que pertenecían a familias adineradas o disponían de la protección de alguien que se hacía cargo de sus gastos y los de condición humilde cuyo ingreso gratuito debía ser gestionado a costa de cantar o tocar en los oficios, funerales, procesiones, etc durante sus años de formación.
La disciplina era muy dura y se daban muchos casos de fuga. Dentro del grupo de los pobres, solo los castrados tenían algún privilegio, como el de gozar de una mejor calefacción en invierno, no por una cuestión puramente humanitaria, sino porque eran los que mayores réditos aportaban a los conservatorios una vez triunfaban en el mundo de la ópera.
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