viernes, 17 de mayo de 2013

Las teclas de mi vida (Mónica)

Estaba destrozada. La fuerte discursión con mi hermana me había hecho polvo, y, por si no fuera poco, había suspendido un examen de matemáticas. Carlota me hablaba con normalidad, y yo no podía evitar contestarle en un tono brusco. A ella y a todos. "Qué asco de vida", pensaba. "No sirvo para nada", pensaba. "No llegaré a algo en la vida", pensaba. "Todos están contra mí", pensaba. Me preguntaba el por qué de todo y en vez de llegar a una respuesta, me hacía más preguntas. "¿Por qué mi cabeza no para de hablar?" pensaba también. Mi subconsciente no me dejaba en paz: "haz las paces con tu hermana", "pídele perdón", "estudia para el examen de lengua", "haz el trabajo de biología", "prepara la mochila para mañana", "apunta en la agenda los deberes para mañana". Un cúmulo de voces se amontonaron en mi cerebro, así que decidí salir disparada del instituto hacia algún lugar mejor en el que pudiera reflexionar, y ante todo, calmarme.
La calle estaba repleta de gente, y me preocupaba el qué pensaría la gente de mi al verme a las 09.30 de la mañana por ahí con la mochila puesta. No quería que pensaran que estaba haciendo novillos, pero en fin, qué importará eso. Quería encontrar un sitio donde pudiera estar a solas, pero no lograba encontrarlo, había gente por todos lados, en cada metro cuadrado de la acera. Probé a meterme por una callejuela de mal aspecto, ya que parecía que allí no habría nadie, y... ¡BINGO! Por fin encontré mi sitio. Me senté en el suelo descuidado lleno de cigarros y litronas, me puse las manos en la cara y comencé a pensar. Al cabo de un rato, me di cuenta de que sólo estaba empeorando mis pensamientos cuando me percaté de que una lágrima estaba saliendo de mi ojo. Y otra. Y otra más. Y así sucesivamente. Así que, no tardé en irme a mi casa.
Iba mirando hacia el suelo cuando por fin, ya estaba en la puerta de mi hogar. Metí la mano en mi bolsillo trasero del pantalón y saqué mi llave. La metí cuidadosamente en la cerradura y abrí la puerta. Sabía que era mi casa por su olor característico, eso me relajaba un poco.
Entré a la cocina. Abrí la nevera. Nada. Fui a la despensa. Nada. ¿Qué podía hacer para calmar a las tenebrosas voces de mi cabeza? Estaba desesperada, cuando, sin darme cuenta, ya estaba en mi habitación. Lo primero que apareció en mi campo de visión fue mi cama, ya que es bastante grande, luego el armario, el escritorio, la silla, y... ¡El piano! ¡No me acordaba del piano! Llevaba sin tocarlo meses. Me acerqué con cuidado, como si de un gato asustado se tratara. Con cautela. Me dispuse a tocar una tecla con mi dedo meñique. Lentamente acerqué mi dedo y un si bemol llegó a mis oídos, y después a mi corazón. Me senté en la silla con la intención de intentar recordar alguna canción de piano. Acerqué la silla y... Ahí fue el momento mágico, cuando todos mis dedos tocaron todas y cada una de las teclas de mi precioso piano; do, do sostenido, re, re sostenido, mi bemol, sol, si bemol, sol sostenido. Las tocaba una y otra vez. Tocaba todas las teclas al azar, y aun así, el sonido era precioso. Era magia. ¿Cómo se puede hacer tal maravilla con un trozo de madera? Ahí fue cuando recordé una canción de Yann Tiersen. Se llama "Le matin". Era preciosa. Me dispuse a tocarla. Cuando empecé a escuchar tal melodía, las lágrimas de tristeza se cambiaron por lágrimas de alegría y emoción. Cada uno de mis dedos cobraban vida propia, cada uno de mis órganos se transformaban en algo mejor, y, cuando acabé la canción, pensé: ¿Y cuáles eran mis problemas?




Mónica Serrano Salazar.

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