Todo esto empezó por un mordisco de una tarta.
Una vez me encontraba a disgusto, sin saber qué pensar, qué
decir, qué hacer. Me faltaba algo, sentía que necesitaba una cosa más. Esa
cosa, como la queráis llamar, es esencial. Y sí, puede significar muchas cosas,
y puede ser nombrada en muchos idiomas, pero para mí, solo tiene un
significado. El de dar un paso más.
Según Cecilia, las cosas no siempre salen como tú quieres.
Así es. Cuando te esperas lo peor, viene lo mejor. Cuando te esperas lo
extraordinario, lo pésimo acaba tapándolo y echándolo de tu mente.
Cecilia era una chica de diecinueve años dispuesta a comerse
el mundo. Quería volar bajo el mar, nadar sobre el cielo, y, puede parecer un
poco estúpido, pero quería comerse una tarta. Así es, y pensaréis… ¿qué
chorrada? No lo discuto, pero si creéis que Rafa Nadal llegó a los partidos
profesionales sin antes haber jugado en el patio del colegio, estáis muy
equivocados.
Cecilia no hacía caso de la gente, y, os aconsejo, que no en
todas las ocasiones hagáis lo que hacía ella si no queréis acabar así. Así,
esto da el paso hacia mi historia.
Como os estaba contando, Cecilia era muy, pero que muy
cabezota. Y he de decir que me quedo corta. Ojalá pudiera coger todos los “muy”
y ponerlos a su disposición. Aunque después, ella tendría que inventarse otros
cuantos para conseguir su concepto de cabezota.
También odiaba la ironía. Así que, siento haber fastidiado
la introducción, pero lo de comerse el mundo iba en serio. Tan en serio que
estaba planteándose hacerlo. Solo os digo, que tanta obsesión tenía con la comida, que acabó viendo todas
las tardes como elegían al Papa, porque se pensaba que el famoso “Habemus
Papam” significaba “tenemos patatas”. ¿Y si cambiamos patatas por tartas? Sí, esa
tarta que te hace tu querida prima el día de tu cumpleaños, y sí, te sienta muy
bien. Pero luego trae sus consecuencias.
Se me ocurre otra característica que añadir. Tenía mucha
imaginación. El “tenía” tiene una explicación. Si no os importa, no miréis el
final.
También estaba obsesionada. Como obsesionada estoy yo ahora
porque esa idea recorra la mente de todos. La idea de centrarse en lo positivo.
Como he dicho antes, era muy cabezota. Y los cabezotas nunca
se rinden. Para resumir, tengo que decir que al final acabó con todo, y luego,
todo acabó con ella.
La nata, irresistible nata. Sus peligrosos dominios sobre la
guinda color rojo pasión, iban asomando sobre lo que una vez fue una silueta
plana. Poco a poco, se convirtió en mucho. Pero todo esto tiene una explicación
lógica, y, al mismo tiempo, absurda. Se comió casi todo el planeta, y acabó por
rendirse. Lo malo es que se rindió en el peor momento posible. Estalló, murió,
y todos sus sueños acabaron junto a ella.
Por eso digo, que nunca toméis a un pequeño detalle por
insignificante.
Por último, he de decir una importante frase que va dirigida
a la despreciable tarta: Gracias por arruinarme la continuación de mi graciosa
historia.
Y recordad: como dijo alguien cabezota una vez, no todo sale
como tú quieres. Así que, no esperes empezar como Nadal, y acabar también como
él.
Trabajo realizado por Dalia Iglesias, 1º de ESO, para Lengua y Literatura Castellana, IES María Moliner de Segovia
Estilo que promete. Ánimo.
ResponderEliminarNo confundir a los cabezotas con los perseverantes; los primeros son de mente rígida, los segundos son los que no se rinden en su empeño.